Una tumba desocupada a orillas del gran río es un testimonio del vacío tras las gloriosas batallas y del infinito insensato del cielo en la historia de los hombres llamados a morir. La pluma de Claudio Magris es la piedra filosofal que transmuta esa visión en literatura de altos vuelos.
El Danubio de Claudio Magris
Libro muchas veces reeditado, admirado y amado por crítica y lectores, El Danubio, de Claudio Magris, sitúa el mundo intelectual de la Mitteleuropa a través de un viaje por el río que baña sus tierras. La erudición y, también, la sensibilidad de este germanista nacido en Trieste (Italia) en 1939 componen, a través de las páginas, una historia que es género autobiográfico, diario de viaje y ensayo, a la manera de las Memorias de ultratumba del célebre diplomático Chateaubriand. Un relato a pie de calle, de camino, por el intrincado recorrido que el gran río dibuja, como un reflejo de la compleja historia que sus orillas testimonian.
Dos pasajes sobre la muerte
En la voluntad de recomendar su lectura a quien todavía no lo haya hecho, y ciñéndonos a la temática del blog, queremos destacar dos pasajes de este extraordinario El Danubio, relacionados con una tumba vacía y con los cementerios eslovacos.
La tumba vacía que encuentra Magris en un minúsculo pedazo de tierra perteneciente a Francia, “entre los bosques y los prados de Oberhausen” (al este de Neuburg, Alemania), debería conservar los restos mortales de Théophile Malo Corret de Latour d’Auvergne. Pero el sarcófago está vacío. Latour (1743-1800), según reza su patriótica biografía, fue el primer granadero del ejército francés, combatiente en la revolución americana y en España y estudioso de las lenguas celtas. Encontró la muerte en las orillas del Danubio, sirviendo como soldado a las órdenes del ejército napoleónico.
Una tumba vacía
Como recuerda Magris, la tumba de Latour está vacía. Sin embargo, el panteón guarda el cuerpo de una segunda persona, el comandante De Forty, caído el mismo día que el granadero. Y quien, en todo caso, se lleva la gloria de Francia es el soldado raso: sus restos fueron trasladados al Panteón de París, en la celebración del centenario de la Revolución Francesa, en 1889. Nuestro escritor viajero, en el antiguo campo de batalla de Oberhausen y ante el sarcófago huérfano, tiene un pensamiento crítico:
“Esta tumba desierta es (…) la gloria y al mismo tiempo su inutilidad; encierra el sentido de una vida que empuña la espada por la fe en una nueva bandera (…) y encierra también el gran vacío que se perfila detrás de cada cabalgada gloriosa y cada bandera al viento, o sea el fondo infinito e insensato del cielo, contra el cual se recorta, en el film de la historia universal, el ejército a caballo de los hombres llamados a morir.”
La proximidad de la muerte
El segundo pasaje a que aludíamos está referido a la localidad eslovaca de Matiasovce, donde Magris reflexiona, ante un pequeño cementerio, sobre la imagen de la muerte en las sociedades occidentales. En su viaje por la zona, el escritor encuentra camposantos abiertos, que discurren entre las carreteras, en los campos, sin tapias que los cerquen.
“Esta familiaridad épica con la muerte –que puede verse también, por ejemplo, en las tumbas musulmanas de Bosnia, tranquilamente colocadas en el huerto de la casa, y que nuestro mundo tiende, por el contrario, cada vez más neuróticamente a alejar– posee la medida de la justicia, es el sentido de la relación entre el individuo y las generaciones, la tierra, la naturaleza, los elementos que la componen y la ley que preside su combinación y disgregación”.
El Danubio está publicado en castellano por la Editorial Anagrama, primera edición de 1988, traducido de manera impecablemente elevada por el cineasta e intelectual Joaquín Jordá.